Es viernes, la noche es calurosa, extrañamente el sonido del la brisa me está molestando más que el escándalo usual de los vecinos. Es la 1:03 am, sigo con la ropa del dĂa, la nariz congestionada y un leve pero irritante dolor de cabeza. La Soledad como siempre sentada a la orilla de mi cama, hablándome de temas banales como el futuro incierto que no planeamos, me recrimina el pasado, la pĂ©rdida de tiempo y la mucha importancia que le doy a su presencia, sonrĂo para que crea que la escucho, pero en realidad me sĂ© de memoria sus diálogos, los repite tanto que a veces siento que no tienen ningĂşn efecto en mi. En el escritorio veo a el Tiempo, tiene la cara limpia pero su camisa está algo arrugada, hoy se encuentra tranquilo, creo que se está tomando unas vacaciones, hizo muy bien su trabajado acosándome por cumplir 20 años y no haber logrado mucho en mi vida, lo calme diciĂ©ndole que al menos estoy estudiando y que hay gente peor, pero sabemos que a Tiempo lo que le sobra es paciencia, quizás está esperando un momento de debilidad para atacarme por las cargas del pasado, o como Soledad, por el futuro incierto. A mi lado derecho tengo a MelancolĂa, con sus grandes ojos llorosos que siempre me están asechando, como si fuese un animal hambriento rogando por un trozo de pan, pero a diferencia de los otros dos, MelancolĂa es simpática, no me recrimina muchas cosas y suele aparecer en noches como hoy a traerme en sus pequeñas manos un poco de inspiraciĂłn para desahogar las constantes ideas que siempre me atacan; en su piel he escrito muchos versos, a veces para Soledad, a veces para Tiempo, pero los mejores son sĂłlo de ella , ya que tiene un aire de todos. ¡Oh querida MelancolĂa! Tu compañĂa me hace ser quien soy, tu silencio es esperanzador.