Esa noche me habló casi por accidente y sentà como el mundo se venÃa abajo... de nuevo. Era como si supiera cuando derrumbarme como una torre de naipes.
Temblaba, no porque hiciese frÃo, no porque sentÃa como el aire se disipada en su presencia, temblaba porque él me estaba observando, incluso después de marcharse, incluso cuando no estaba, seguÃa ahÃ, aunque no pudiese verlo, lo sentÃa y no lograba explicar cómo.
Noté como intentaba alejarme, casi como si estuviese asustado, como cuando tomaba mi brazo halándome hacÃa él y con un reflejo instintivo lo alejaba y huÃa de su trampa, aunque sabÃa que lo hacÃa sólo por diversión, le encantaba sacarme de mi zona de confort.
De pronto empezó a desaparecer su presencia a mi alrededor, ya no lo sentÃa cerca, ya no sentÃa su mirada espiando a través de mis ojos, lo extrañaba, asà fuese solo para hacerme sentir incómoda.
Pasaron los meses y sentÃa rabia, no habÃa cumplido su palabra, prometió estar ahà y habÃa huido, quizás porque estaba casi tan roto como yo, pero a veces es mejor estar rotos juntos a seguir rompiéndonos por separado.
Después de un tiempo me acostumbré a su ausencia, podÃa convivir con el recuerdo de tenerlo acostado en mi cama, apoyando su cabeza en mi regazo, escuchando su respiración agitada y cómo todo parecÃa desvanecerse si estaba a mi lado.
Aunque prefiero recordarlo diciendo que todo se darÃa a su tiempo y bueno... Yo... yo no estoy apurada.