Tercera

3/02/2015 07:58:00 p. m.

Desde que dejé mi cama ese día supe que todo iría mal, sentía una sensación extraña en mi pecho, un mal presentimiento y un vacío en la boca del estomago, es como ese cosquilleo que sientes en la panza cuando el carrito de la montaña rusa empieza a bajar bruscamente y todos los órganos se te acumulan en la garganta, ¿saben? bueno, algo parecido.

Poco a poco se iban acumulando los contratiempos, no había agua, se reventó el cordón mis botas y por último no conseguía las llaves del apartamento ¡por ningún lado!, tenía más de 20 minutos buscándolas. En fin, todo indicaba que debía quedarme en casa, pero mi testarudez puede más que todas las señales del universo, así estén en neón, negrita, subrayado y cursiva.

Al salir del apartamento me guindé el bolso del cuello, esperé el bus por 20 minutos aproximadamente, la sensación de que algo malo sucedería iba creciendo, pensé varias veces en regresar a casa, solo estaba a unos cuantos metros, después de todo el mundo no se detendría por mis ausencia. Decidí sentarme en la parte de atrás del bus, aunque no es lo que acostumbro, cerré mis ojos y empecé a cantar en mi mente una vieja canción que silbaba mi padre cuando cocinaba, sonreí al recordarlo decir “cuando caiga este gobierno nos vamos a echar una pea”, el gobierno nunca cayó y nunca pudimos echarnos esa pea.

Cuando llegué a mi parada bajé corriendo del bus, era realmente tarde, mi corazón latía como una locomotora, aunque no sepa como hace una locomotora, pero eso dice la gente cuando el corazón late como si quisiera salir huyendo de tu pecho, corrí fuerte, apretando el bolso, ¡algo malo va a pasar, algo malo va a pasar!, no dejaba de pensarlo, de pronto se  soltó el gancho que sustituía el cordón roto de mi bota, caí al suelo “de platanazo” como diría mi abuela, ¡El bolso! Fue lo primero que pensé, me dolía mucho el pie izquierdo, como pude reparé mi zapato y empecé a caminar despacio, era tarde pero ¿qué podía hacer ya?

Falta poco para llegar, pensé, cojeaba, tenía los codos raspados y un labio roto, me bajaba una gota de sudor por la mejilla, el gorro me daba calor y hacia que me picara la cabeza, ¡nada puede ser peor! Pensé. Mi pie comenzaba a hincharse y sentía los latidos del corazón en la cabeza, mami dice que cuando eso pasa es porque tienes taquicardia, pero mami es contadora, ellos no saben mucho de corazones, ¿no?  Me senté en frente del trabajo, saqué del bolso negro mi cámara, no podría presentarme a trabajar si esta se había roto ¿qué iba hacer? La agarré suavemente entre mis manos, quité la tapa del lente y enfoqué la tienda, ¡funcionaba! Tomé unas cuantas fotos como prueba y cuando fui a levantarme el dolor en mi pie aumentó, me senté de nuevo y al subir la miraba escuché 3 disparos… de la tienda salió corriendo un carajito camisa azul, se montó en una moto que lo esperaba afuera y se fueron.

Ese día mataron a mi hermano, mataron a mi jefe y yo era la tercera bala que le dieron a la vitrina porque no me encontraron en la tienda, yo era esa bala que entraría por el medio de mis cejas atravesando mi cerebro y saliendo por la parte de atrás de mi cráneo. Ese día y sin querer fotografié el rostro del que iba a ser mi asesino, sonreía, pero su risa no era real, ya que no pudo matarme, porque si no hubiese perdido mis llaves, si el bus hubiese llegado a tiempo, si no hubiese abrochado mal el gancho que sostenía mi bota en su sitio, al otro día los diarios titularían que fueron 3 las personas asesinadas en Barrio Obrero, porque esa tercera bala sobrante tenía mi nombre, pero no pudo atravesarme.

Día 2: Su sonrisa no era real. máximo una cuartilla.

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